A mi madre, la Esperanza que me dio la
vida
Cuando nací, en plena primavera
el corazón se te quedó pequeño.
Como el halcón aquél, tu pecho era
del material con que se hacen los
sueños.
El tuyo era improbable: una tortuga,
un gran caparazón sobre la panza,
el polen abundante de la oruga,
un mes de julio fértil de esperanza.
Te he visto caminar con paso lento,
de la mano del hombre más decente,
por las calles inciertas de la vida.
Nunca te oí una queja ni un
lamento,
porque el mar es más claro con tu lente
y el sol mejor que el oro del rey Midas.