“Pasamontañas
ajustado, entramos en el portal, servicio de orden frustrado, nos llevamos al
chaval, un rescate por pedir, vacaciones en París…”; el estribillo aceleraba a
ritmo de ska, “secuestro en el portal, secuestro en el portal”…
Era la
España de la movida, aquel tiempo estimulante, gozoso, desmedido y canalla.
Una época
de aparentes desmadres (el libertinaje contra el que advertían los nostálgicos
recalcitrantes) que reflejaba, entre fuegos de artificio, el malestar y el
desencanto por las promesas incumplidas de la ansiada democracia.
Hoy, en
España y Europa, las cosas han cambiado y el sentido del humor se considera un
privilegio de la casta. Por eso treinta años después las activistas de Femen
han llevado a la práctica, sin gracia, lo que la movida dejó en gamberrada
virtual.
Con las
tetas al aire y al grito de “Our God is woman” una agitadora rubia y maciza se
ha colado en la fiesta mayor de los cristianos –sobre los que hay, al parecer,
una especie de derecho universal al escupitajo- para tocarle valientemente los
huevos al Papa Francisco, que sufre en sus carnes el síndrome de Pedro Sánchez:
por más que se esfuerce en ser progre la peña votará a Podemos.
Hace
meses, unas audaces compañeras de la anterior, en otra exhibición de osadía y
heroico compromiso con los derechos femeninos, se pasaron literalmente por el coño
al hijo crucificado de ese Dios que es mujer, en una performance sórdida de porno
sadomaso de convento, ejecutada a plena luz del día en la Plaza de San Pedro.
Ejecutadas
es como estarían las tres, y la que se llevó al niño, si su valerosa actuación
hubiera tenido lugar en La Meca o a la salida de misa de doce – o como se llame
allí- en la mezquita de Kandahar, con la calle hasta arriba de turbantes.
Pero eso
no va a ocurrir –ni Dios lo quiera- porque la franquicia ucraniana del
autoproclamado feminismo radical tiene de feminismo lo que Pepe Arenzana y de
radical lo que el subvencionado Carnaval de Cádiz. Las niñas de femen, como las
comparsas de nuevo cuño, no son más que miedicas bovinas y sectarias disfrazadas
de iconoclastas con arrojo. Corrección política travestida de subversión. Unas
en tetas y otras con pisha.
Tengo un buen
amigo que dice que eso, lo de las tetas, es lo mejor del asunto, que es una
oportunidad única de verlas en la tele, en estos tiempos en que el colectivo
gay ha tomado los platós.
Todos no, querido Paco. En Hispan TV, la televisión iraní desde la que el profeta Iglesias anuncia la buena nueva, homosexuales no hay. Ni se habla de ellos.
Son gente
seria y comprometida estos inquilinos catódicos del régimen de Teherán.
Nada que
ver con aquella juventud de la transición, tan vacua, que aprendió el lenguaje
de la democracia mientras tomaba copas en El Penta.
La revolución requiere disciplina y
reciedumbre, no es lugar para maricones.
Y mejor así,
porque en la televisión iraní a Jorge Javier lo habrían colgado de la jirafa.