A los medios de comunicación les hace
muchísima gracia que una señora le pegue dos tiros a su marido.
Cuando
son ellas las que disparan, las que apuñalan, el tono habitual de la información
es el de la chanza o la caricatura grotesca; que a un pobre hombre su santa le corte los huevos o lo emparede
en el salón desata una orgía de titulares jocosos prestos a disputar la batalla
del ingenio a los tuiteros más entrenados.
Salvo
que no haya forma de enhebrar la broma y entonces se recurre al plan b: calumniar al muerto, que muere
dos veces, y justificar a su asesina, buscándole una coartada moral.
No
hay más que realizar una búsqueda somera en google
y al instante tendremos ante nuestros ojos decenas de noticias relacionadas con
la muerte de un hombre a manos de su pareja en las que el tratamiento del
crimen es chistoso, exculpatorio de la mujer o difamatorio para la víctima. O
las tres cosas a la vez.
A
este último grupo pertenece la noticia difundida recientemente por medios de
izquierdas y de derechas -en esta materia el encogimiento es general- sobre la
joven inglesa que apuñaló a su novio “porque se había comido todas las patatas
fritas”. El redactor de la agencia que remitió la nota a sus abonados debe
estar todavía partiéndose la caja.
Por
si la mofa no contribuye suficientemente a restar importancia al hecho
criminal, remata la faena levantando, sin motivo alguno, sombras de sospecha
sobre el comportamiento previo de la víctima.
Esa
actitud evidencia un miedo cerval a la presión que ejercen las barbijaputas y demás hipertrofias del
feminismo y el orfeón de seres odiantes o pusilánimes que les hacen los coros.
Por
decirlo de una manera coloquial: los medios, como buena parte del cuerpo
social, están a-co-jo-na-di-tos. Hemos llegado a un punto en que hay que
armarse de valor para defender lo obvio.
Me
molesta profundamente tener que declarar de manera enfática que la violencia
machista me parece abominable para hacerme perdonar el reproche al tratamiento
periodístico habitual en las muertes de hombres a manos de sus mujeres.
Porque
hay quien piensa que, criticando este tipo de noticias, se eleva la anécdota a
categoría y se practica una especie de equidistancia que minimiza la gravedad
de la violencia ejercida por los hombres.
Soy
perfectamente consciente de que las agresiones de mujeres a hombres no son un problema social, porque se dan en mucha menor medida que las
contrarias -por muchos motivos: culturales, biológicos…-, pero, a veces, la
mujer, como la luna del poema, viene “encapuchada, siniestra y verduga”. Y aunque
los medios se partan de risa, sus crímenes tampoco tienen ninguna gracia.
* Publicado el 13 de enero de 2017 en Granada Digital ("Opiniones contundentes")
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